Se cambiaron totalmente las tornas en las semifinales del México Open. Las que en cuartos de final sufrieron, ahora volaron sobre la pista y las que tuvieron un día tranquilo, vivieron un duelo bastante atragantado y difícil de digerir.
Y es que, a pesar de que los dos duelos prometían, solo uno de ellos revistió de emoción, toda vez que el otro tuvo una consecución bastante rápida.
Para empezar el día, muchas complicaciones y pelea para Alejandra Salazar y Gemma Triay, ya que sus oponentes, Martita Ortega y Bea González, percutieron a diestro y siniestro en un partido que anunció pelea desde el comienzo, arrancando ya con punto de oro en el primer juego.
Seguirían igualadas al paso por el cuarto (2-2) y por el octavo (4-4), dándose caña, atacándose, aguantando, defendiendo y corriendo sin escatimar esfuerzos, con dos duelos por momentos espectaculares en los cruzados (Ortega-Salazar y González-Triay) que mantuvieron la paridad hasta el final (6-6), obligando a citarse en el desempate.
Allí, volvieron a entregarse a la causa del buen juego y del desgaste, peleando cada bola hasta que, por inercia, Salazar y Triay abrieron un pequeño hueco que sería suficiente para, con un posterior globo al cristal de Bea González, finiquitar con un 3-7 el tie break y poner la primera piedra de su victoria.
No rebajaron un ápice la entrega en el segundo, igual de peleado o más que su hermano anterior. Otra vez se buscaban las cosquillas pero sin suerte, porque si unas golpeaban las otras respondían y así, nuevamente, no se lograban diferencias en el luminoso (2-2, 3-3, 4-4…) hasta que llegó el noveno juego; ahí, un punto de oro al saque de Martita Ortega significó la rotura de Ale y Gemma (4-5) que, no obstante, recuperarían las de Maxi Grabiel en el siguiente (5-5) y después llegaría el tercer break seguido, ahora para las nº2 (5-6), que ya no regalarían el suyo y que se lo anotarían para cerrar de manera definitiva un choque que dejó a las cuatro exhaustas (6-7 y 5-7).
Por contra, la segunda eliminatoria fue totalmente opuesta. Se cambiaron las tornas y todo el sufrimiento del día anterior se transformó en tranquilidad, en sosiego total para Ari Sánchez y Paula Jsoemaría. Aprendieron de los sustos recibidos en cuartos y en semifinales apretaron las tuercas desde el comienzo a las rivales.
Mal día para enfrentarse a ellas pensarían Virginia Riera y Patty Llaguno, jugadoras que suelen demostrar una enorme entereza y mucho oficio para defender y aguantar pero que fueron sobrepasadas por todos los lados y, en poco más de una hora, ya estaba todo resuelto. Un 6-2 y 6-1 dejaba a las nº1 con su ticket para la final, donde se verán con sus más grandes rivales.
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