Los aficionados presentes en la pista central de Valladolid así como los que vieron las dos semifinales desde sus casa pudieron disfrutar de dos partidazos. Si el primero fue de sobresaliente, el segundo llegó a ser de matrícula de honor por el terrible desgaste que supuso.
El partido de Ale Galán y Juan Lebrón contra Fede Chingotto y Juan Tello fue una locura, una montaña rusa de sensaciones y de pádel. Porque en este partido, más que nunca, los cuatro merecieron ganar.
Al igual que en el choque de cuartos, Galán y Lebrón activarían el »modo cohete» para congraciarse con el marcador y meter la directa sin concesiones, sin tapujos y sin preguntar siquiera. Del 0-0 pasaron a un 3-0 que preocupó y mucho a Gaby Reca, quien no paró de alentar a los suyos cada vez que se sentaban en el banquillo, les daba consignas pero comprobaba impasible cómo cualquier instrucción resultaba ineficaz; de hecho, Tello y Chingotto solo lograron hacerse con un juego en todo el set, que apenas duró media hora (6-1).
Eso sí, las tornas iban a cambiar por completo en el segundo, pues con un punto de oro, los argentinos pasaron del 1-2 al 1-3 y ahí se dieron cuenta de que tenían una oportunidad única para devolver el golpe y vaya si lo hicieron. Aprendiendo de los errores anteriores, apretaron cada bola que les venía franca y sacaron provecho en todas, poniéndose con 1-5 primero y luego con un 1-6 que dejaba todo pendiente del último episodio.
Una tercera manga que tendría, por fin, la igualdad no vista hasta el momento; tanta, que hasta el sexto juego todo se mantuvo igual (3-3), siendo efectivos en ataque pero también en defensa hasta que apareció la figura de Ale Galán. En la parte final del choque, se echó la responsabilidad a la espalda y cumplió con el protagonismo. Rematando desde todos los lados e incluso cayéndose al suelo, saliendo de pista y recuperando bolas muy complicadas para aplauso del público y gritos de júbilo de su compañero, instauró en el luminoso el 5-3 que ya era sentencia firme. Sacó el propio Galán para cerrar el partido y lo hizo sin dudas, poniendo el definitivo 6-1, 1-6 y 6-3 que les metía de lleno a la segunda final de Master del año.
La segunda semifinal tuvo, en un lado de la pista, a dos reyes, uno Fernando Belasteguín por méritos propios y trayectoria, y el otro el rey Arturo Coello, que llevó al público en volandas y viceversa para enfrentarse en una batalla sin cuartel a ‘Sanyo’ Gutiérrez y Agustín Tapia.
Presión constante por parte de los cuatro en el inicio del primer set, en la mitad del mismo, al final..también en todo el segundo set y en el tercero. Y es que no hubo un solo momento para recuperar el aliento, para bajar pulsaciones y casi tampoco para poder intercambiar impresiones, porque se jugó a un ritmo altísimo.
Empezó la primera manga sin que ninguna pareja pudiera romper el servicio a la otra, midiéndose los cuatro y haciéndose el daño justo hasta que Coello lo cerró, por orden de Bela al decirle »dale, dale», con un remate a bocajarro que elevó la bola al cielo de su Valladolid natal (5-7).
Mismos ingredientes y mismos platos en el segundo parcial, aunque esta vez con oportunidades para romper en los dos saques de Agustín Tapia, tanto en el quinto juego (2-2) como en el noveno (4-4), pero sin premio para los que estaban al resto en las dos bolas de oro que hubo por lo que al final, tanta paridad, les llevó irremediablemente al tie break que fue igualmente un caminar de la mano de ambas escuadras. El único que consiguió desnivelar la balanza fue ‘Sanyo’ cuando, con 6-5 en el marcador, sacaba y tras un brevísimo intercambio con su compatriota argentino, le llegó la bola franca para su golpe preferido, el remate paralelo, con el que la sacó de la pista para poner el 7-6 en el marcador y llevarlo todo a un maravilloso tercer set.
Y de nuevo, oda al pádel. El nivel no baja un solo ápice y los números del luminoso se mantenían siempre pegados (1-1, 2-2, 3-3, 4-4) cuando el reloj se acercaba sin freno a las tres horas de partido pero ni los veteranísimos Bela y ‘Sanyo’ ni por supuesto los jóvenes Tapia y Coello dejaban de correr y exprimirse. Entonces el público decantó la balanza y Coello terminó de crecerse más si es que eso era posible. Una bola a la red de los argentinos en el duodécimo juego lograba lo imposible, romper la igualdad y, por ende hacer que Arturo y Fernando estallaran, gritando al cielo (tirón incluido del joven local al celebrarlo) y que festejaran con el respetable la maratón en que se convirtió su partido (5-7, 7-6 y 6-4).
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