Siempre se ha considerado el deporte como uno de los grandes vehículos de inclusión social para aquellas personas que, por unas causas u otras, no son capaces de desarrollar sus movimientos o su vida diaria como lo hace la gente sin discapacidad.
Es por ello que el pádel, siempre intenando dar un gran ejemplo, es quizá uno de los deportes en los que más a menudo se puede ver a jugadores con alguna deficiencia coger la pala y demostrar todo lo que llevan dentro. En ese sentido, Belén Montes, jugadora del Team Vibor-A, ha dado un paso más, y ha querido sumar su experiencia en primera persona, sentándose en una silla de ruedas y disputando un partido con grandes de esta modalidad ocmo Óscar Egea, Rubén Castilla y Sarah de Vicente.
Una vivencia que nos deja a modo de texto, de reflexión, de anécdota que ha de servir para darse cuenta de que obstáculos no debe haber, que el apoyo a los jugadores en silla es fundamental, que son luchadores y ganadores pero, ante todo, deportistas y es por ello muy importante que todo el mundo del pádel se una para apoyarles y para que a través del deporte puedan conseguir la inclusión necesaria, demostrando que no hay barreras.
Os dejamos con el texto elaborado por Belén Montes, que esperamos os guste:
Llevaba tiempo rondándome la idea de jugar un partido de pádel en silla de ruedas para experimentar en primera persona cómo es este deporte para los miles de deportistas con algún tipo de problema de movilidad. Me armé de valor y acepté la invitación de Sarah de Vicente para medir nuestras fuerzas el pasado domingo 17 de enero en las pistas adaptadas del Club Pádel Madrid Las Tablas, en el terreno en el que nos sintiésemos de igual a igual.
Al sentarme en la silla me sentí atrapada, más cuando fijé las sujeciones. El siguiente desafío fue el de la coordinación. Para adelante, hacia atrás, frenar una rueda y mover la otra al girar para conseguir una buena posición de golpeo. ¡Imposible, no; complicado, sí y mucho! Me llamó la atención lo distinta que se ve la pista desde la posición de sentada. La percepción es traicionera…
Las distancias se duplican, la red es mucho más alta, y la dificultad en los lances, extrema. Coordinación, mucha coordinación de movimientos para acomodarme a este nuevo ecosistema. El primer chip que tuve que cambiar es el de no hacer lo mismo que cuando juego de pie, tremendamente dificultoso. Mi cabeza iba a dar a la pelota antes de mover la silla. Un auténtico rompecabezas, literalmente. Fue como si el mundo girase más despacio, como si el tiempo marcase otra cadencia. Muy pronto entendí lo que me dijo mi admirada Sarah de Vicente: «El 90% es mover la silla y el 10% restante, dar a la pelota».
A mi lado, Óscar Egea, un auténtico crack que nació sin las extremidades inferiores. Os recomiendo que veáis algún vídeo suyo para que contempléis con qué agilidad y destreza se desenvuelve en la pista. Al otro lado de la pista Sarah de Vicente, una auténtica belleza de mujer que lucha con fuerza contra una enfermedad degenerativa a nivel femoropateal, y Rubén Castilla, con lesiones múltiples en una pierna por un accidente de tráfico. Antes de ponerme en su piel ya los admiraba, siempre he pensado que son personas con unas ganas de vivir y un afán de superación que sobrepasan con creces a quienes no tenemos este tipo de problemas. Tras la experiencia mi admiración se ha quintuplicado. Respeto y apoyo a todos los niveles.
Y ese apoyo es el que os pido y el motivo que me ha llevado a escribir estas líneas. Desde la Asociación de Pádel en Silla han organizado un torneo este 30 de enero para conseguir recursos y ayudar a los deportistas que no tengan medios económicos.
Deciros simplemente que una silla puede estar alrededor de los 2.000 euros, que la mayoría de estos imbatibles jugadores no tienen patrocinador, solamente unos pocos afortunados reciben ayudas con palas e indumentaria. Deciros que merece la pena apoyar una causa como esta. A las grandes empresas, a las pequeñas, a los medios de comunicación, y a ti como aficionado, sumemos cada uno nuestra ayuda a esta causa maravillosa.
Hoy escribo estas líneas con las manos magulladas por mi torpeza con la silla. He rebobinado con pausa algunos momentos de la experiencia que viví el pasado domingo. Tengo tatuada en mi memoria la satisfacción enorme al conseguir un punto desde mi silla prestada, mucho más acentuada que los recuerdos cuando los consigo de pie. Mis endorfinas aún revolotean y saltan por el teclado. Rememoro que se me olvidó todo, no existió nada, nada más que aquel instante en el que rompí la bola desde mi silla de ruedas prestada.
Os puedo asegurar que aún no he digerido el aluvión de sensaciones. Necesito tiempo. Impresionada es mi estado actual. Ha sido una experiencia enriquecedora al máximo. Os confieso que cuando me puse de pie sentí un alivio tremendo. Fue como si me liberase de una losa de vulnerabilidad. De esa losa de vulnerabilidad que a buen seguro dificulta el día a día de todas estas personas maravillosas.
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