«Estoy feliz y muy tranquilo, más de lo que hice no pude hacer», eran las primeras palabras que pronunciaba un Fernando Belasteguín que perdía su partido en los octavos de Milán y que provocaba que el público en el pabellón se pusiera en pie. El público y todos los que amamos este deporte, independientemente de dónde lo juguemos, porque el pádel lleva su nombre y su apellido.
Este que escribe para ustedes empezó en el pádel hace ahora 11 años y por aquel entonces ya era el número 1 y estaba ganando títulos. Ahora que concluye su exitosa carrera, aunque no en el ranking, siempre en mi mente y corazón será el nº1, el espejo en el que mirarse, el ídolo que todo el mundo debería tener. Porque lejos de sus éxitos (30 años de carrera rellenada con casi 290 finales y un total de 230 títulos a sus espaldas además de 16 años como número 1 del mundo) queda la persona. Más allá de Bela está Fernando Belasteguín, el padre, marido, icono de un deporte que ha ayudado a colocar donde está hoy.
Porque sí, él ha sido su gran impulsor, esa figura que ha trascendido más allá del 20×10 y que con su imagen y profesionalidad absoluta (más allá de los errores que haya podido cometer) ha elevado los parámetros de un deporte joven y al que todavía le queda mucho recorrido, lástima que ahora tengo que hacerlo sin el ‘Boss’. Su despedida no solo marca el fin de una era en el pádel, sino también el cierre de un capítulo inolvidable de superación, humildad y entrega.
Y es que el mundo del pádel ha visto a muchos grandes campeones, pero hay uno cuyo nombre está grabado con letras doradas en la historia de este deporte: Fernando Belasteguín. Tras años de gloria, el argentino ha decidido colgar la pala y poner fin a una carrera que ha marcado un antes y un después. Su retirada, aunque esperada y de sobra anunciada, ha generado una mezcla de tristeza y admiración, tanto entre sus compañeros como entre los millones de aficionados que han seguido su trayectoria.
Curiosamente, si miramos sus estadísticas, únicamente en tres temporadas no ha levantado un título: la primera, la de su debut, en 1995, y estas dos últimas; por el medio, épocas doradas como entre 2006 y 2011, siempre con más de 10 títulos por año, por no mencionar los seis mundiales absolutos (y dos por parejas) y los 11 Olimpias de Plata como mejor deportista argentino en su disciplina.
Atrás queda su época dorada junto a Juan Martín Díaz (con 13 años como números 1), así como la segunda al lado de Pablo Lima (tres años más liderando la tabla) y sin olvidarnos de los dos magníficos títulos junto a Willy Lahoz o el máster acelerado que ofreció a figuras como Agustín Tapia, Arturo Coello o Miguel Yanguas, jóvenes talentos a los que acogió bajo sus brazos y a los que enseñó que con dedicación y esfuerzo todo llega.
«No se puede saber qué sensación se experimenta al dejar de jugar. Ahora lo sé, pero estoy muy feliz, muy tranquilo. Ya había decidido hace tiempo jugar toda la temporada 2024. Tuve más momentos difíciles que buenos partidos, pero quería irme como lo he hecho durante toda mi carrera. Luchando, combatiendo, tirándome al suelo, discutiendo con el árbitro, golpeando el cristal con la pala. Quería irme con mi esencia, la de luchar. Y estoy muy tranquilo porque hice todo lo posible. Tuve la suerte de cerrar 30 años de carrera profesional cuando yo lo decidí. Muchas veces el deporte te obliga a parar mucho antes. Y ahora ya llevo 10 o 15 minutos siendo un exjugador profesional. Y estoy muy tranquilo, realmente muy tranquilo», expresaba con esa tranquilidad que siempre le ha caracterizado en medio de la pista milanista.
El 19 de mayo de 1979, en la ciudad de Pehuajó, Argentina, nació un hombre que cambiaría para siempre el curso del pádel profesional. Desde sus primeros pasos mostró una mentalidad ganadora al alcance de muy pocos, eso era lo que le hacía marcar la diferencia. Con ella se labró la carrera que ahora llega a su última estación. Para mí ha sido siempre un referente, uno de esos jugadores que siempre quieres tener en tu equipo. Comprometido y cumplidor, siempre sumando, porque Bela no era solo un rival, era la palabra «compañero», «inspiración», «trabajo» y lo transmitía al resto de jugadores y a los que hemos tratado con él en más de una ocasión.
No es casualidad que, para el que escribe, esté a la altura de nombres como Michael Jordan, Pete Sampras, Rafa Nadal o Leo Messi. Ganador, «enfermo» de su profesión, no ha sido nunca el más talentoso, pero dominaba todas las facetas del juego. Como Jerry West cuando su figura se convirtió en logo de la NBA, la figura de Bela debería ser la del pádel.
Ahora, al anunciar su retiro, Belasteguín no solo se despide de la pista, sino que se convierte en una inspiración para aquellos que aspiran a seguir sus pasos. Su legado no se limitará a sus victorias, sino a las puertas que abrió para las nuevas generaciones. La consolidación del pádel como un deporte global, el surgimiento de nuevas estrellas y la profesionalización de la disciplina son parte de su herencia.
Y aunque el pádel no será el mismo sin él, Fernando Belasteguín ha demostrado que las leyendas no desaparecen, simplemente dejan una huella que nunca se borra. Como ocurre con los grandes deportistas de todos los tiempos, su figura será recordada y celebrada por generaciones. En los próximos años, su influencia en el pádel seguirá viva, ya sea a través de su faceta como mentor, entrenador o incluso como embajador de este deporte que tanto ha querido.
Fernando Belasteguín no se va, porque su legado siempre estará presente en cada golpe de pádel que se juegue en las pistas del mundo. El pádel, como su figura, nunca será el mismo sin él. Pero gracias a su obra, siempre será mejor.
Solo puedo decirte gracias, Fernando, gracias, Bela. Gracias por haberme dejado conocerte y por habernos hecho disfrutar tanto viéndote jugar. Para mí el pádel cambiará a partir de ahora sin ti, porque tú eras mi gran referente.