En ocasiones, la figura de un jugador trasciende a la de una persona y este es uno de esos casos. Cuán diferente es el Pablo Lima jugador y el Pablo Lima persona, qué cambio va de uno a otro, del guerrero inconmensurable en la pista a la persona callada y familiar que es fuera. Un dos en uno, un Jekyll & Hyde.
El pádel, un deporte que ha experimentado un auge espectacular en las últimas décadas, ha visto surgir a numerosos talentos que han dejado huella en su historia. Entre ellos, destaca un nombre que ha resonado fuerte y que ha copado multitud de titulares pero que a partir de ahora ya no estará más en los focos: Pablo Lima.
No ha sido de los más habilidosos, sí de los constantes, trabajadores, orgulloso de sus complicados inicios y también de los que ha sabido llegar a lo más alto, mantenerse y pelear siempre, un jugador diferente que llegaba al profesionalismo desde un país, Brasil, que en absoluto tenía historia en esta disciplina pero que, a base de mejora constante, supo hacerse un hueco, crecer en él y convertirse en abanderado.
No queriendo olvidarme de sus logros y títulos, de su primera época dorada junto a Juani Mieres siendo ‘los Príncipes’, únicos capaces de desbancar a Fernando Belasteguín y Juan Martín Díaz del nº1, como la segunda, ya al lado del propio Bela, siendo una de las parejas más dominantes del circuito.
Supo encontrar su hueco entre tanta estrella, entre tanto foco que apuntaba siempre a sus compañeros, un guerrero en la sombra que, ante todo, era compañero. Un jugador que cuando le conoces fuera de la pista te dejaba con la sensación de que te faltaban minutos para seguir conversando con él, que sabía siempre ofrecer la frase adecuada en el momento idóneo, de ahí que se haya ganado el respeto de la afición y también de los compañeros y rivales. Porque Pablo es de esos que siempre hacían equipo.
Ha contribuido al crecimiento y la popularización del pádel en todo el mundo, atrayendo a nuevos seguidores y promoviendo el deporte en países donde antes era relativamente desconocido.
Su contribución al deporte, su humildad y su ética de trabajo incansable están fuera de toda duda y más allá de los aplausos que se lleva, es lo que nos ha dejado como legado. Gracias, Pablo, por tanto, por haber inspirado a muchos jóvenes y por ser uno de los mejores embajadores de este maravilloso deporte.
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