Las uniones temporales, las que son para un momento puntual, en ocasiones conectan y deslumbran. Que se lo digan a Álex Chozas y Leo Augsburger, cuyo emparejamiento ha sido un idilio de principio a fin, imponiéndose a todo y a todos, a las lesiones, los dolores y también a los números 1.
Mónaco va a ser para siempre su prueba fetiche (ya lo era para Leo cuando emergió el año pasado en este mismo escenario) tras haber conseguido llegar a la final y ganarla tras un encuentro que tuvo alternativas y opciones tanto para ellos como para los dos guerreros que tenían enfrente, Diego Ramos y Agustín Torre.
Un partido de constante ida y vuelta que tuvo dos primeros parciales locos, de dominio alterno; primero para Ramos y Torre sin discusión, en un inicio de alto voltaje por su parte, arrollador, un parcial de 1-6 que no permitió discusión alguna. El uruguayo y el argentino eran los amos y señores de la pista y solo ellos anotaban.
A este le seguiría un cambio de escenario completo, un giro de 180º para que Álex y Leo fuesen los que cogiesen el toro por los cuernos y, conforme caía la oscuridad en la central de Mónaco, empezar a carburar. Un juego diésel que, en cuanto encontró sus tiempos y revoluciones adecuadas, no dejó de florecer. De ese 1-6 se pasó a un 6-2 con el binomio argentino sacando a pasear garra, talento y golpes magistrales y así, se citaron los cuatro en el tercero.
Y por fin, ante la atenta mirada de aficionados y personalidades (el príncipe Alberto de Mónaco incluido en el palco presidencial), comenzó la fiesta. Toma y daca constante a ambos lados de la red, aguantando en el saque y apretando al resto, tirando globos y buscando el cristal para complicar la devolución debido a la humedad cada vez más creciente.
Los cuatro empezaron a sumar y el partido caminó de la mano de la igualdad punto a punto, llegando a la cumbre, el tie break, en el que Chozas y Augsburger fueron de menos a más (especialmente este último con tiros increíbles) y jugando con magia y también mucha cabeza. Llegaría el punto definitivo para ellos, el 1-6, 6-2 y 7-6 la eclosión y los gritos, el aplauso del respetable y el abrazo para convertirse en ganadores de toda una cita Master. Mónaco se rindió a sus pies.
En el cuadro femenino, Marina Guinart y Araceli Martínez imponían su estilo y juego a Patrícia Ribeiro y Marta Arellano por 7-6 y 6-3.
Fueron claramente de menos a más y aunque la primera manga del partido tuvo mucha igualdad, tanta que precisaron irse al desempate, donde tras ganarlo, encontrarían mejores sensaciones a la par que sus rivales ya no pudieron responder a los golpes que les llegaban.
Arellano y Ribeiro fueron perdiendo fuelle conforme avanzaba el segundo set y varios breaks en contra condenaron todas sus opciones de, al menos, alargar el encuentro. Así terminarían dando el título a Marina y Araceli, que en su primera final conjunta levantaban el entorchado.
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